14 julio 2011


La música, con letra entra


El jazz constituye uno de los grandes logros de la cultura del siglo XX, junto con el cine y el cómic, artes, en fin, que entre ellas se llevan muy bien, pues las colaboraciones han sido más que los desencuentros. Del jazz hay que destacar que también ha conectado con determinado tipo de literatura. Uno de los primeros autores en transitar por el subsuelo de una música poco aceptada por la cultura oficial, al menos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, fue el escritor Jack Kerouac (1922-1969), quien junto a sus colegas de la generación beat se convirtió en cronista de las innovaciones que se estaban llevando a cabo desde el movimiento bop.

El autor de En la carretera conoció los ambientes en que desarrollaban su actividad gentes como Charlie Parker, Thelonius Monk o Dizzy Gillespie, entre los más conocidos, como también los conocieron Ferlinghetti, Burroughs y Ginsberg, entre otros compañeros de carretera y manta. Más cercano en el idioma, Cortázar supo captar los acordes más embriagadores de una música, entonces subterránea, hoy clásica.

Enumerar a todos los escritores sería largo y tendido, pues en esta viña hay de todo, bueno y realmente desechable, así que dejo en el ángulo que le corresponde esa parte de la literatura, constantemente revisitada y de la que recuerdo Los blues de Joss Moody, de la escocesa Jackie Kay. Aunque, mira que me pongo pesado, Pero hermoso, Un libro de jazz, de Geoff Dyer, es sin duda un acertado ejemplo de cómo la ficción se impone a la realidad en la cotidianidad del jazz.

Del otro lado están los músicos que han querido dejar testimonio de sus vidas o simplemente elucubrar sobre sus fantasías. Quizá, por lo que he visto hasta ahora, los músicos son más amigos de las memorias y biografías autorizadas. En ese sentido, recuerdo Como si tuviera alas, de Chet Baker, recientemente comentada en este blog. Entre las memorias más jugosas están las de Charlie Mingus, versus Benneath the underdog, en las que se nota mucha concienciación social, en especial con la raza negra, fanfarronadas aparte del polémico contrabajista. Duke Ellington relató sus más íntimos recuerdos hasta el punto de dejar boquiabiertos a quienes lo consideraban un caballero elegante. Miles Davis dejó también para la posteridad centenares de páginas relacionadas con varias etapas de su vida, tan enmarañadas a veces como su inmenso universo musical.

El padre del jazz, Louis Armstrong, relató sus andanzas por este mundo, desde los prostíbulos de Nueva Orleans a los auditorios de público selecto, sin que falte el buen humor que le caracterizaba. Entre las mujeres está como crónica desgarrada, a veces en demasía, de la vida de Billie Holiday, Lady Day, retocada por una mano masculina, pero que no le resta interés, como lo tiene el recuerdo del clarinetista Mezz Mezzrow. No cito a todos los que son, porque, de pasada, también tienen interés los libros sobre Fats Waller, Josephine Baker, Stephane Grappelli, Dizzy Gillespie, John Coltrane, Bill Evans, Tete Montoliu, Gil Evans, Jaco Pastorius… Pasen y lean, escuchen, y: ¡A disfrutar!

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