Tetralogía de vida
(El principio)
En el origen, la presencia del silencio era habitual, rota solamente por el ulular del viento, el graznido de la lechuza, el canto del carro de bueyes cargado de monte, el parloteo de los vecinos, los trenes o los sonidos de alguna radio encendida, aunque todo eso son suposiciones que muchos años después hago en relación con aquel tiempo de caída en picado de un sistema de vida basado en la economía de subsistencia cuyos representantes huían hacia lejanas ciudades.
De aquellos cuatro años, elijo, medio siglo y una década después, cuatro discos que podían bien acompañar la banda sonora del año de mi nacimiento y los tres restantes, repertorios que se completan con algunas nanas en gallego de las que tampoco tengo recuerdo claro si no es por quienes las cantaron, pero ahora ya no lo pueden hacer.
1955. Para abrir viajo al sur de América, como años atrás, hicieron bastantes de mis antepasados. El tango siempre está presente entre mis preferencia musicales, y no me gusta extenderme en los mil y un nombres que pueblan ese vasto territorio que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, escojo una obra rompedora con del gran Astor Piazzolla, quien sin duda universalizó aún más ese género musical nacido en torno a las grandes poblaciones del Mar de la Plata. El álbum se llama Sinfonía de tango y reune un buen número de piezas cuyos títulos dicen bastante de la intensidad que el compositor y bandoeonista argentina ponía cuando se abría a otras músicas para misturarlas con la tradición porteña.
1956. Vía Nueva York aparece Cuban Carnival, un disco grande en el que un descendiente de latinos nacido en la ciudad de los rascacielos daba rienda suelta a los ritmos afrocaribeños que tanto seguimiento tenían en la base musical de Tito Puente, quien sentó las bases de la percusión abierta a diferentes estilos, como se puede comprobar en varias canciones del disco, en el que, por cierto, tocan otros destacados instrumentistas que aportaron mucha salsa a Cuban Carnival.
1957. Aunque belga, las canciones de Jacques Brel se asocian a Francia, un país en el cantautor desarrolló una impresionante carrera musical que le ha convertido en un clásico del siglo XX gracias piezas como Quand n'a que l'amour.
1958. Y esta primera tetralogía se cierra con un gran cantaor, un artista que en su niñez incluso llegó a ilusionar a Manuel de Falla y Federico García Lorca. De Manolo Caracol recupero de aquellos años en grises el LP titulado Cante flamenco, en el que se encuentran diferentes palos que no le eran ajenos al sevillano.