07 noviembre 2007

Este tiempo ha de acabar (Le chant du monde-Edigsa) 1974
Elisa Serna
Portada: diseño Jordi Fornas




Una historia: “Para mí la canción es algo directo, un producto que debe desarrollarse en un lenguaje casi coloquial. No digo que los textos no deban tener una determinada dimensión poética, sino que se debe tratar de evitar caer en la intelectualidad, en el gran rollo metafísico. En este sentido, y aunque para mí resulte más cómodo cantar poemas de otros, me encuentro muchas veces con que estos poemas no responden a mi criterio sobre lo que deber ser una canción. Y como no creo que la música de la canción deba estar al servicio del material literario, sino que ambas cosas deben formar una síntesis lo más perfecta posible, pues resulta que prefiero hacer yo misma los textos en función precisamente de esas leyes objetivas que para mí definen lo que es y no es una canción.

Pienso simplificarlo más aún, que la canción, como producto musical, es popular en su origen, y como tal debe ser sencilla y directa, poco sofisticada, como es el pueblo mismo.
Creo también que el arte debe ofrecer alternativas, y aún cuando por parte del sistema se pretendiera integrarnos, convertirnos en productos de consumo sin más, todo dependerá un poco de nuestras decisiones, de nuestras acciones globales dentro o fuera de los caminos marcados de antemano”.
Elisa Serna en entrevista a F. López Barrios. 1976.

Otra: “Elisa Serna pertenece a la casta jonda de los grandes creadores españoles: como la Niña de los Peines, como Picasso, como don Francisco de Goya. Lo jondo es lo que se extrae desde más allá de la posibilidad de la persona porque está en lo profundo de eso y, precisamente por eso, hay que bucear muy hondo en los subterráneos de todo lo que somos para encontrarlo: las voces negras, que dicen los grandes creadores del cante grande o, como diría Picasso, “lo que te sale de las tripas”. Y es curioso, cuando uno de esos grandes creadores (Goya o Pastora Imperio) encuentra una veta jonda, lo que le ocurre es que se encuentra con el filón de su propio pueblo. Por eso decía Juan Mairena que en España, “todo lo que no es folklore es pedantería”. Resumiendo, que por lo menos nosotros, la gente de por aquí, cuando tenemos que encontrar la expresión o la voz profunda, no nos queda otro recurso que hurgar en el subsuelo de todo lo que somos. De una confusa mezcla de tierra y de huesos de nuestros ancestros sale todo lo que podemos dar: las voces negras y la pintura negra.


No, yo no quiero decir que Elisa Serna sea una cantaora de cante jondo como lo era Pastora la Niña de los Peines –Pastora Primera de España-, no. Y lo que quiero decir es que la cantante Elisa Serna no se ha dejado seducir por la metodología de su propio oficio aceptando jerarquías de bemoles, agudos y gorgoritos, sino que ella, sin abandonar el oficio de cantante, que es lo que es, se ha impuesto a sí misma la jerarquía, más difícil y profunda, de lo “jondo”, con una voz que nace del grito sin abandonar la esencia de la voz, pero que no olvida nunca su destino en la convocatoria; con un canto que no quiere saber de virtuosismos porque prefiere cimentarse en la rajada dificultad; con unos silencios densísimos (“escucha hijo mío, el silencio”) y con un grito que ella y sus parientes los del jondo saben transformar en canto sin dejar de ser grito”.
José María Moreno Galván. Texto en el interior de la carpeta del elepé Este tiempo ha de acabar.

Canciones: Este tiempo ha de acabar. En la mina el Tarancón. Rómpete guitarra. Pobre del cantor. Quejido. La mayoría silenciosa. Las cárceles. Aspera meseta. Con los dientes. Otros vendrán.

Músicos: Elisa Serna (guitarra, laúd y voz), Stephan Albert (guitarra solista), André Fertier (guitarra), Patrice Karatini (contrabajo), Arno Rogers (percusión), Manolo Sanlúcar (guitarra), Luis Mendo (guitarra eléctrica), Emilio Martínez (bajo), Jorge Pardo (flauta), Bruno Barre (violín) y Javier Estrella (batería y bongos).

Además: “Su quejido en aquel tiempo fue vociferante y por muchos aplaudido; y fuimos muchos los que nos unimos a él sin importarnos ni tonos, ni timbres, ni gaitas; y es mucho lo que le debemos, sobre todo la fuerza, la rebeldía, la solidaridad y la esperanza que ella supo contagiarnos. (¡Lástima que algunos -algunos de los que más vociferaban entonces- hoy quieran olvidarla para no reconocerse en su voz, para borrar una memoria acusatoria e intranquilizadora que, imprudentemente, siempre refleja, en el espejo de la conciencia, al esperpéntica imagen del travestimos ideológico y de la incoherencia!)
Ella nunca fue una estrella, fue siempre “luna”; luna que iluminó interminables noches de impotencia –luna condenada hoy a un “cuarto menguante” como consecuencia del crimen del olvido y de la impiedad de la injusticia; nunca obtuvo un disco de oro, y menos de platino; sólo consiguió el cobre indispensable para poder ir sobreviviendo”.
Fernando G. Lucini. Crónica cantada de los silencios rotos. Voces y canciones de autor 1963-1997. Alianza editorial.

Más portadas: Quejido (1973), Brasa viva (1975), ¡Choca la mano! (1977) y Regreso a la semilla (1978).

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