El cartel arrancado de una pared urbana
Roque Soto Soto
En uno de los viajes a Madrid encontré arrumbado un montón de papeles, encima del armario de la habitación, compartida con mi hermano, en que descansé, escuché música y leí a destajo tantos años. Eran mayoritariamente carteles de varios tamaños relacionados con el cine de autor de los años 70, dibujos de amigos, collages de rock y cine negro, mi gran cuadro de Neil Young, enmarcado en madera trabajada por mi padre. Pero también recuperé un "poster" anuncio de una actuación de Hilario Camacho (1948-2006), a quien conocí en directo hace mucho tiempo.
El pasquín lo arranqué con cuidado de una pared de una calle del centro de Madrid. Y con cariño lo deposité limpio de paja y polvo junto a otros valiosos papeles salvados de las inclemencias del tiempo o del desvarío humano.
Resuenan en mis oídos, frescas y vivas, piezas como Los cuatro luceros, Volar es para pájaros, Dolores Dolores, El agua en sus cabellos, Cuerpo de ola, Claros sentimientos, Mis pies pisan la roca, Arquitecto de sueños, Madrid amanece, ¡Taxi!, Chica de papel, Tristeza de amor, Oye niña, Final de viaje... En fin canciones de amor, calle, vida y muerte, eso sí: dignas de acercar la felicidad, como, más o menos, diría algún sofista del IV a.C.
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